Luis Romero
















Blac & Hi
2006 / 2008


Galeria Fernando Zubillaga, Caracas
A la sombra de las Ruinas
Carlos E. Palacios
Desde los inicios de su singladura como artista, Luis Romero (Caracas, 1967) ha edificado su carrera desde una sólida certeza, por demás bastante genuina: la de pertenecer a un ámbito de referencias artísticas concretas, a contracorriente de una tendencia estética, muy sugestiva para algunos, que busca desmantelar cualquier nexo con un relato cultural doméstico. Por esta vía, muchos artistas de nuestros días se registran oportunamente en la nómina de aquello, que bajo la cómoda y ambigua denominación de lo internacional, se hace, por esta misma circunstancia, globalmente digerible.
Desde este pertinente punto de vista, tan valorativo de lo local, es que las obras reunidas en Blac & Hi concentran toda su potencial riqueza simbólica. No sobra decir que son pinturas de paisajes. Señalar esto sobre el trabajo de un artista contemporáneo nacido en Caracas, es enfrentarlo a una escuela pictórica que sobre este género, se desliza a lo largo de todo el siglo XX en Venezuela; algo que no es baladí, si se piensa por un instante, que el arte venezolano se funda como un fenómeno moderno desde dos escenarios artísticos bien definidos: el paisaje y la abstracción; pero además porque en ambas esferas, el catálogo de artistas destacables es, por decir algo de manera rápida y general, bastante ancho.
Una sumaria descripción sobre esta reciente serie de pinturas en acrílico de Luis Romero, necesariamente reseñaría que reproducen los restos casi derruidos de emblemáticas vallas publicitarias y de los legendarios nombres de varios edificios caraqueños. Son imágenes nocturnas y espectrales, concebidas desde un punto de vista en contrapicado, como lo señalaría algún curtido director de cine. Pero es mucho lo que se esconde detrás de esta breve sinopsis de Blac & Hi. Quizás lo mas resaltante se concentra en el valor enorme de las palabras y las imágenes que conforman esta particular paisajística caraqueña. Si algo identifica a la obra de Romero es la apreciación plástica del texto, un gesto que lo acompaña desde inicios de los años noventa. En esta oportunidad, la recuperación del valor artístico de la tipografía viene de la mano de su potencia emocional. Nombres de edificios y anuncios publicitarios cuyo valor memorioso se desliza por el recuerdo de cualquier atento espectador que haya transitado por esta ciudad. A diferencia de sus obras anteriores, donde la palabra se convocaba por su riqueza semántica -en relación a la imagen o sencillamente por ella misma-, en esta oportunidad concentran una emoción directamente alusiva a su fuerza paisajística, desde una condición igualmente evocativa de este género: son ruinas.
Lo pintoresco es, como se sabe, lo digno de ser pintado y lo pintoresco es, asimismo, una condición ruinosa del paisaje. De la ingente cantidad de textos fundacionales sobre este tópico, las palabras que escribiera en 1794 un dibujante inglés, William Gilpin, aclaran pertinentemente estas obras de Romero. Gilpin ejemplificó de la siguiente manera, como una cosa bella podía ser pintoresca: “un edificio construido según las normas de Palladio era armonioso, proporcionado y elegante, pero para que tuviera interés pictórico había que destruir una parte, derribar la otra y dejar abandonados los restos mutilados. Entonces -explicaba Gilpin- habríamos convertido un pulcro edificio en una ruina “áspera” y ningún pintor que pudiera elegir entre los dos edificios, dudaría”i. El aficionado tratadista continúa destacando el valor pictórico de la ruina como un motivo clave del paisajismo: “convertid algo en rugoso y lo habréis hecho pintoresco”.
Es un buen ejemplo de lo que vemos en estas sugerentes pinturas. Son estos vallados y estos nombres forjados, unos románticos motivos pintorescos, que la desidia y la pobreza secular de nuestro urbanismo han dejado como unas ásperas ruinas –tal y como diría Gilpin- de una modernidad limítrofe, casi artesanal. Unos detalles del pasado reciente que se escapan del lustrado protagónico del paisaje cristalino en que ha devenido la imagen mental de la Caracas moderna, abstracta y sinuosa de su arquitectura paradigmática.
Al margen de esta perspectiva, estas telas son unas pinturas negras, luctuosas. Este color nocturnal esta bañado por una pátina amarillenta y cerúlea. Ambas son maniobras propias de este artista, quien siempre se ha planteado la pintura desde unas maneras veladas y tersas, desde la aparición fantasmal de las formas. Pero en este caso –y perdonen la comparación – me gustaría verlas desde las palabras de Yves Bonnefoy en relación a otras pinturas negras, las de Francisco de Goya. Dice Bonnefoy en un texto lúcido del cual sólo extraigo esta luminosa frase: “El artista, por ejemplo, el artista también se preocupa por el otro, a pesar de su pasión por las imágenes. Tal es el descubrimiento que, a mi entender, se realiza en la profundidad de las Pinturas negras”ii.
Luis Romero ha señalado tangencialmente que sus pinturas de las rejas caraqueñas pueden verse como un homenaje a los anónimos herreros que diseñaron, con buen criterio de altura estilística, los avanzados y geométricos cerramientos de las casas y edificios de la Caracas de infeliz nostalgia, esto es, de la metrópoli moderna. Estos paisajes de Blac & Hi son a su vez el reflejo de unas imágenes, artificialmente envejecidas, de otra preocupación que nos debería intranquilizar en tanto espectadores: la del desmantelamiento ruinoso de nuestro paisaje. Y el paisaje, como dijera otro tratadista, español y del mismo siglo, es “un pedazo de país en la pintura”iii.
Freixa, Consol. Introducción a: Edward Hawke Locker. Paisajes de España. Entre lo pintoresco y lo sublime.
Barcelona, Ediciones del Serbal, 1998; pp.: 38.
ii Bonnefoy, Yves. “¿Cómo interpretar las “Pinturas negras?” en: VV.AA. Goya, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2002; pp.: 346.
iii Antonio Palomino de Castro y Velasco (1655-1726) cit. por Maderuelo, Javier. El paisaje. Génesis de un concepto. Madrid. Abada Editores, 2005; pp.: 29.



Hotel Monserrat
Acrilico y cera sobre lienzo
2007
Caurimare
Acrilico y cera sobre lienzo
2007
Blac & Hi
Acrilico y cera sobre lienzo
2007
Escuela y Pensión de Perros
Acrilico y cera sobre lienzo
2007
Auto Cine
Acrilico y cera sobre lienzo
2008
C.A Venezolana de pinturas
Acrilico y cera sobre lienzo
2007
Polar
Acrilico y cera sobre lienzo
2008
Nivea
Acrilico y cera sobre lienzo
2007
Todo para el hogar
Acrilico y cera sobre lienzo
2006
Hotel Eden
Acrilico y cera sobre lienzo
2008
EFE
Acrilico y cera sobre lienzo
2007
Caurimare con Amenza de lluvia
Acrilico y cera sobre lienzo
2008
Almacenes ABC
Acrilico y cera sobre lienzo encolado a cartón
2007
Blac & Hi
Acrilico y cera sobre lienzo encolado a cartón
2007
Jardin del Avila
Acrilico y cera sobre lienzo encolado a cartón
2007
Miranda
Acrilico y cera sobre lienzo encolado a cartón
2007
Imperial
Acrilico y cera sobre lienzo encolado a cartón
2007
Savoy
Acrilico y cera sobre lienzo encolado a cartón
2007
Nueva Chacao
Acrilico y cera sobre lienzo encolado a cartón
2007

Residencia Magnolia
Acrilico y cera sobre lienzo encolado a cartón
2007
Rex
Acrilico y cera sobre lienzo encolado a cartón
2007
Vacias
Acrilico y cera sobre lienzo
2007

Montana
Acrilico y cera sobre lienzo
2007
Vistas de Sala
Galeria Fernando Zubillaga
Caracas
2007


Suburbia Espaciada
Blac & Hi. (la edificación de un imaginario paisajístico)
Esmeralda Niño
Periférico es un lugar raro y al margen, afortunadamente orientado al arte y las expresiones ubicadas al borde de inspiración convencional. Es un espacio atípico, incomodo y también indispensable; permite, fuera de la normalidad de las galerías comerciales, confrontarnos con la “rudeza” que exige la lectura de expresiones mucho más actuales. Habría que insistir que estos Galpones ubicados en la Avenida Ávila de Los Chorros, son necesarios para reconocer el enunciado expansivo, tendencioso o solitario, que hoy afronta la narrativa del arte en Venezuela. Nos referimos a un lenguaje “actual” que ya se desprende del discurso de una contemporaneidad rápidamente “historizada”. En otras palabras, en Los Galpones, tenemos la oportunidad de reconocer lo que sucede (o esta sucediendo) sin esa perspectiva museográfica, ni esas relaciones prefabricadas que exigen miradas relativamente satisfechas.
Una de las claves que ofrece en su descarnada visibilidad este espacio, está dispuesta en la Galería Fernando Zubillaga, la cual, más que una galería, funciona como un centro de operaciones informáticas, minúsculo, claro y eficiente. Allí, sin artificios, Luis Romero expone Blac & Hi (curada por Carlos Palacios), enfrentando su vigente imaginario de carácter urbano. Romero (1967) es uno de los jóvenes artistas venezolanos de mayor complejidad, su obsesión es múltiple, apunta a direcciones en ocasiones opuestas. La curadora Zuleiva Vivas lo define como un coleccionistas de imágenes simples, dibujante acucioso, extraño artista recolector de situaciones y objetos cotidianos, quien a través de sus trazos de grafito, pinturas, collage y ensamblajes, comunica su especie de ‘manía’ al organizar en cromos el entorno como una manera de señalar palabras, objetos, imágenes, héroes que de alguna forma resultan convencionales de nuestro tiempo. Sus obsesiones hoy descifran una extensa y compleja iconografía relacionada con la modernidad.
Sus trabajos abarcan desde los formatos más pequeños hasta las telas de grandes dimensiones, en los que aborda fundamentos de la cultura histórica e individual, en ellos el argumento de identidad y posibilidad de involucrar al espectador en la obra se presentan como constante. De esa etapa reciente, el video “Ávila Digital” (Salón ExxonMovil, 2003) acoge una nostálgica mirada del pintor, planteada en un conflicto íntimo entre una operación que transmuta materiales en un objeto inasible e inesperado actual.
En esta ocasión, Blac & Hi (Periferico, 2007) expone una serie de 18 pinturas en acrílico negro que proyectan su visión de una ciudad semi-devastada, conflictiva, cada una de estas pinturas se imprime
como un grabado en su itinerario personal, signado por los iconos urbanos que condensan algo de la capacidad evocativa aparentemente perdida. Anuncios publicitarios y nombres de edificios legendarios y caraqueños en su mayoría desaparecidos, donde la recolección de vallas comerciales más que una memoria, corresponden con una nostalgia anclada en su repertorio. Esta serie de 18 piezas (en pequeño formato) rastrea tres temas referidos a “rejas y despojo”; “cartografías afectivas” y “ruinas publicitarias”.No obstante, estos temas que provienen del paisaje urbano, adquieren “certificado” una vez catalogados como joyas arqueológicas, de un valor antropológico, que enriquecen la complejidad de la imagen. Estos objetos son fundamentalmente pictóricos y aparecen como lienzos brutales en blanco y negro, sometidos (desde la fotografía) a la confrontación entre registro y paisaje. La idea de registro aparece como un concepto de acción poética proveniente del impacto de la palabra. Con estas obras nos encontramos frente a una estructura de triple funcionamiento, pues son imágenes colectivas, urbanas y memoriosas.
Romero es pintor y siempre ha realizado la pintura desde múltiples e inabarcables técnicas. Ahora pareciera transitar en una narrativa paisajística -pero muy personal-donde la fotografía constituye un medio inaplazable. Su empresa es contradictoria y enfrentada a opuestos que reflejan también un desafío interior. El clima de su “tratado” del paisaje está dispuesto en pequeños formatos que “reprimen” la idea expansiva de la dimensión urbana, pero focalizan la idea memoriosa de la imaginación y la perdida. La épica de Romero es caraqueña, pero también moderna y actual, constituye un secreto que aborda las formas, las palabras y los andamiajes encerrados en una diminuta postal pictórica que esconde una notable fuerza paisajística.
La memoria, o la utilización de los recursos del recuerdo, imantan este trabajo cronista y documental de una carga pictórica-conceptual y lo ubican como un posible paisajista de la última generación. Habría que localizar este registro urbano entre los alardes y dimensiones de los esqueletos que soportan sobre los edificios la lectura de andamios gigantescos, informaciones autoritarias y en las conmociones personales, seguramente percibidas durante un pasado no muy lejano. La suya corresponde a una narración en el tiempo (diría que desde el automóvil) y a toda velocidad; Nivea, Efe, Montana, Hotel Montserrat, Savoy, Caurimare, Blac & Hi, son apenas los datos de unos signos visibles en extinción. Es lo que Ruth Auerbach llama “ruinas de la modernidad posiblemente dolorosas”, ruinas que percibe alguno que otro caraqueño transitorio.